Mamá me arropó bien. “Mamá, ¿irá a nevar de veras?” Ella me arropó con la sábana hasta mi barbilla y me besó en la
mejilla.
“Eso fue lo que dijo el meteorólogo”.
“¿Suspenderán la escuela?”
“Depende… si caen doce pulgadas como dijo, probablemente lo hagan”.
“¡Qué bien! No quiero ir a la escuela…quiero jugar en la nieve”.
“Bueno, Michael, no te entusiasmes tanto…pudieras decepcionarte”.
“Pero el meteorólogo dijo…”
“Michael, las tormentas son impredecibles”, me tocó en la mano. “Duérmete y veremos qué trae la mañana”.
Ella cerró la puerta y la habitación se oscureció. Fuera, el viento bramaba. El aguanieve y el hielo golpeaban contra la ventana. Oí a mamá caminar a la cocina; todo estaba bien. Me levanté de la cama, me asomé por la ventana y levanté las venecianas. La nieve revoloteaba bajo las luces de la calle y se movía en círculos sobre el pavimento como las arenas en un desierto. Mi pulso se aceleró… ¡no habrá escuela...