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Un anciano chino permanecía sentado en el pórtico de su casa,
demasiado viejo para trabajar en la huerta, mientras su hijo y el resto
de la familia araban el campo para la siembra.
El hijo mira al anciano y piensa para sus adentros: Ya está muy
viejo... ¡Todo lo que hace es comer y producirnos gastos y molestias!
¿Qué nos puede aportar? Lo mejor es salir ya de ese viejo estorboso.
Así pues, el hijo construye un cajón; lo arrastra hasta el pórtico y ordena bruscamente a su padre: ¡Padre, métete ahí dentro!
Cuando el anciano, con paso vacilante, logra meterse dentro de la
caja, el hijo le coloca la tapa y la clava fuertemente; la monta sobre
una carreta tira por dos bueyes y se encamina montaña arriba hasta un
elevado peñasco. Al llegar a la cumbre, el hijo oye unos golpes que lo
llaman desde el interior de la caja y pregunta: ¿Qué quieres, papá?
La voz del padre responde desde el interior: Hijo, ya comprendo lo
que estás haciendo conmigo; me vas a matar porque ya no te sirvo de
nada... pero déjame darte como padre un último consejo:
-Te sugiero que me tires a mí por el despeñadero; pero conserva el
cajón, porque muy probablemente tus hijos llegarán a necesitarlo dentro
de unos años...
Puedes tener muchas excusas para hacerlos a un lado, pero hay que
prestarles atención, ayuda, cariño, en los años de vejez y durante sus
enfermedades. No podemos hacerlos a un lado, después de haber trabajado
y de cuidarnos, sus años de vejez deben ser dignos y sobretodo
rodeados de amor.
La Biblia dice: Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen
tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. Éxodo 20:
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