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En 1939, un joven de veinticinco años de edad llamado Jonas Salk
completó su entrenamiento en la Escuela de Medicina de la Universidad de
Nueva York. Desde niño soñaba con ser abogado pero de alguna manera,
entre su graduación de la secundaria y su entrada a la universidad, su
interés cambió de las leyes de la tierra a las leyes de la naturaleza.
De modo que decidió ser doctor.
Quizás el cambio se debió a que su madre lo había desanimado sobre la
carrera de abogado. Años más tarde comentó: «Mi madre creía que no
sería un buen abogado, probablemente porque nunca le pude ganar en una
discusión».
Sus padres, trabajadores inmigrantes, se sentían orgullosos cuando se
graduó como médico pues él era la primera persona en la familia en
recibir una educación.
Pero aunque escogió ser doctor, la verdadera pasión de Salk era la
investigación. Lo intrigaban las afirmaciones científicas
contradictorias que hacían dos profesores, lo que lo impulsó a estudiar
inmunología, incluyendo la investigación sobre la influenza.
Durante su segundo año en la escuela de medicina, cuando se le
presentó la oportunidad de pasar un año completo haciendo investigación y
enseñando, no la desaprovechó. «Al final de ese año», recuerda, «me
dijeron que podía, si quería, buscar un grado en bioquímica, pero
preferí quedarme en medicina.
Creo que todo esto estaba ligado a mi ambición original, o deseo, que
era servir en algo a la humanidad, por así decirlo, en un sentido más
amplio que de uno a uno».
En 1947, Salk se convirtió en director del Laboratorio de
Investigación de Virus en la Universidad de Pittsburg. Fue allí donde
comenzó a investigar el virus de la polio. En aquellos días, la polio
era una terrible enfermedad capaz de incapacitar a quien la padecía y
que cobraba miles de vida cada año, siendo los niños las víctimas más
frecuentes.
La epidemia de polio durante el verano de 1916 en Nueva York dejó
27.000 personas paralizadas mientras que otras 9.000 fallecieron.
Después de ese año, la epidemia se hizo algo tan común que cada verano
miles de personas escapaban de las grandes ciudades para tratar de
proteger a sus hijos.
En la primera mitad del siglo XX, la investigación viral todavía se
encontraba en pañales. Pero en 1948, un equipo de científicos de la
Universidad de Harvard descubrió la manera de producir en el laboratorio
grandes cantidades de virus, lo que permitió que la investigación se
hiciera más amplia. Sobre la base de aquellos hallazgos científicos y
otros trabajos de vanguardia, Salk empezó a desarrollar una vacuna
contra la polio.
Después de más de cuatro años de continuo trabajo, Salk y su equipo
de la Universidad de Pittsburg lograron desarrollar una vacuna en el
1952. Hicieron algunas pruebas preliminares con personas que habían
contraído la polio y habían sobrevivido. Pero la verdadera prueba sería
inyectar la vacuna, que contenía células inactivas de polio, en personas
que no habían contraído la enfermedad.
Durante sus años de estudio, preparación e investigación, Salk había
mostrado su dedicación ayudando a los demás. Sin embargo, una cosa es
creer en algo que uno está haciendo y otra es comprometerse
completamente con ese algo. En el verano de 1952, Jonas Salk inoculó con
su vacuna a voluntarios saludables. Incluidos en ese grupo estaban él,
su esposa y sus tres hijos. ¡Eso es compromiso!
El compromiso de Salk dio resultado. Las pruebas de la vacuna fueron
exitosas y en 1955, él y su ex mentor, el Dr. Thomas Francis, hicieron
arreglos para vacunar a cuatro millones de niños. En 1955 se habían
reportado 28.985 casos de polio en los Estados Unidos. En 1956, ese
número bajó a la mitad. En 1957 se registraron únicamente 5.894 casos.
Hoy día en los Estados Unidos, gracias al trabajo de Jonas Salk y los
subsecuentes esfuerzos de otros científicos como Albert Sabin,
prácticamente no existen casos de polio.
Jonás Salk dedicó ocho años de su vida a derrotar el polio.
Pero su verdadero deseo era ayudar a la gente, lo que demostró más aun
al decidirse no patentar la vacuna que había creado. De esa manera,
podría usarse para ayudar a la gente en todo el mundo. Podría decirse
que el equipo con el que estuvo más comprometido fue con el de la
humanidad.
Muchos prefieren evadir los compromisos, pero sus vidas terminan
ignoradas. Solo quienes viven con compromiso verán el cielo abrirse.
Comencemos por comprometernos con Dios.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad; Por tanto, te ungió
Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros. Salmo
45:7
Mi alma ha guardado tus testimonios, Y los he amado en gran manera. Salmo 119:117
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