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Durante las Olimpiadas de Verano de 1984, un joven corredor
estadounidense de larga distancia, Derrick Redmond, corría al frente de
su grupo muy dispuesto a ganar la carrera.
Súbitamente, en la vuelta final, se le paralizó un tendón de la
pierna. Cayó al piso en agonía y sus compañeros lo esquivaron mientras
lo pasaban.
Sus padres y amigos dejaron escapar un gemido colectivo, al igual que
millones de estadounidenses que estaban observándolo vía satélite.
Entonces, con gran dolor, Derrick se levantó de la pista y comenzó a
saltar sobre su pierna en dirección a la línea de llegada. Los últimos
rezagados lo pasaron. La gente de los costados de la pista que temían
por su salud le gritaban que se acostase. Sin embargo, Derrick siguió
saltando. Mucho después de terminada la carrera, Derrick seguía
saltando.
Derrick necesitaba recorrer todavía cerca de noventa metros cuando
una figura saltó de las tribunas y comenzó a saltar por encima de las
personas, sillas y de la valla de contención. Era Jim, su padre.
Corriendo hasta donde se encontraba su hijo, pasó un brazo por los
hombros y juntos, en parte a saltos y en parte corriendo hicieron el
resto del camino.
Derrick no consiguió una medalla de oro ese día, pero todos los que
lo vieron a él y a su padre lo sabían... Derrick y Jim Redmond tenían
corazones de oro.
El honor espera a aquellos que terminan la carrera.
Una vez que empiece una tarea, nunca la deje hasta terminarla. Ya sea trabajo grande o pequeño, bien hecho o no.
Eclesiastés 9:10
Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas. |