Con gran enfado, el joven arrojó su llave mecánica a la entrada de los autos, yendo a parar lejos. Por horas había intentado cambiar las bandas de los frenos del pequeño auto importado de su esposa. De nada sirvió que fuera el mejor de los mecánicos «mediocres».
Finalmente, exasperado entró a la casa como un torbellino e informó a su esposa que había un problema serio con su carro que no podía solucionar.
-Es más -gritó-, no sé si alguien pueda repararlo.
Con ternura, ella le agradeció sus esfuerzos y de inmediato llamó por teléfono a su padre, un mecánico experto. Luego de explicarle la situación, acordaron dirigirse a la biblioteca más cercana y conseguir un manual...