Hay momentos en la vida en las que aparecen gigantes que intentan atemorizarnos.
Pueden ser deudas, enfermedades, crisis familiares o relacionales.
El temor intenta arroparnos y hacernos retroceder. David se enfrentó al gigante Goliat, pero él sabía que el Dios a quien él amaba era mucho más poderoso que ese gigante.
Tomó su bastón, fue al río a escoger cinco piedras lisas, y las metió en su bolsa de pastor. Luego, honda en mano, se acercó al filisteo. 41 Éste, por su parte, también avanzaba hacia David detrás de su escudero. Le echó una mirada a David y, al darse cuenta de que era apenas un muchacho, trigueño y buen mozo, con desprecio le dijo:
—¿Soy acaso un perro para que vengas a atacarme con palos?
Y maldiciendo a David en *nombre de sus dioses, 44 añadió:
—¡Ven acá, que les voy a echar tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!
45 David le contestó: